jueves, 30 de septiembre de 2010

Valora ser perdonado por Dios

La segunda manera de batallar la incredulidad de la amargura es al valorar verdaderamente el perdón de Dios. Subrayen la palabra valora. Pablo dijo en Efesios 4:32: "Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo."
En otras palabras, el perdón de Dios debe tener un efecto poderoso en nosotros como personas que perdonamos, y no guardamos rencores y no somos amargos. ¿Cómo siendo perdonado lo hace a usted una persona que perdona? Nosotros contestamos: por medio de la fe en nuestro perdón. Al creer que somos perdonados.
Pero aquella mujer hace 18 años que se rehusaba a perdonar a su madre creía que ella estaba perdonada. Ella no permitía que el pecado de su rencor sacudiera su seguridad. ¿Qué es el problema aquí? El problema es que ella no sabía lo que es la fe verdaderamente salvadora. La fe salvadora no solamente es creer que tu eres perdonado.
¡La fe salvadora significa creyendo que el perdón de Dios es una cosa impresionante! La fe salvadora mira al horror de los pecados y luego mira a la santidad de Dios y cree que el perdón de Dios es una belleza asombrosa y una gloria inefable. La fe en el perdón de Dios no solo significa confianza de que ya me salvé. Significa la confianza de que es la cosa más preciosa en el mundo. Por eso uso la palabra valorar.
La fe salvadora valora el perdón de Dios. Y ese es el vínculo con la batalla contra la amargura. tú puedes seguir guardando rancor si tu fe solo significa que usted está libre de responsabilidad. Pero si la fe quiere decir estar maravillado de ser perdonado por Dios, entonces tú no puedes seguir guardando rencor.
Tú te has enamorado de la misericordia. Es tu vida. Así que batallas la amargura al pelear por la fe que se maravilla del perdón de Dios de tus pecados. 3. Confía Que la Justicia de Dios Prevalecerá La tercer manera de batallar la incredulidad de la amargura es de confiar que la justicia de Dios prevalecerá. Una causa de la amargura es sentir que tú has sido ofendido por alguien. Han dicho mentiras acerca de ti, o te robaron, te han sido infieles, o te desilusionaron, o te rechazaron.
Y tú sientes que no solo tú no debería de haber sido herido, sino que ellos deberían de ser castigados. Y puede que esté correcto. Y al sentir que estás correcto te aferras a la injusticia de eso. Lo repites una y otra vez en tu mente, y te carcome el interior. Tú piensas en cosas que podías decir para ponerlos en su lugar. Tú piensas en cosas que podrías hacer para mostrarles a otros sus verdaderos colores.
Ahora, Dios no está complacido con esta amargura. Y la razón que no lo está es porque viene de la incredulidad en la certeza de que la justicia de Dios prevalecerá. Romanos 12:19 dice: "Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: mía es la venganza, yo pagare, dice el Señor." Lo que dice este texto es que Dios ha hecho una promesa que el mismo pagará todos los agravios en medida perfecta.
Su justicia prevalecerá. Ningún agravio ha escapado su vista. Él mira su mal mucho mejor que tú. Él lo detesta mucho más que tú. Y el reclama el derecho de tomar venganza. ¿Tú crees esta promesa? ¿Confías en Dios para ajustar cuentas por ti mucho más justamente que tú pudieras ajustarlas? Si lo crees, este texto dice, tú dejarás de saborear la venganza. Tú se lo dejará a Dios, y tú serás libre de regresar bien por mal y bendecir a los que te persiguen. (Romanos 12:14, 20).
La batalla contra la amargura y venganza es una batalla contra la incredulidad en la promesa de Dios para vindicarnos en el tiempo debido y hacer que prevalezca la justicia (Salmo 37:6). Si creemos que él lo hará, y lo hará mejor que nosotros, entonces haremos lo que 1 Pedro 2:23 dice que hizo Jesús. Nadie fue agraviado peor que Jesús. Nadie fue tan perjudicado como lo fue él. Nadie fue más abusado. Nadie fue más rechazado. Y nadie fue tan inocente.
Así que fue lo que hizo cuando su corazón se llenó de indignación moral? Cuando él fue denigrado, él no denigró a cambio; cuando el sufrió no amenazó; pero el confió en aquel que juzga justamente. Es decir, el le entregó su agravio a Dios. ¿Por qué? Porque él se había convertido en uno de nosotros y nos estaba enseñando que la venganza es de Dios y que la justicia prevalecerá. Con esa confianza Jesús nunca permitió que ninguna amargura pecadora naciera en su corazón.
Y nosotros tampoco deberíamos. La manera de batallar la amargura es creer que la venganza le pertenece al Señor y que él la devolverá. Si mantienes un rencor, tú dudas al Juez. En otras palabras, Dios permite pruebas en nuestras vidas que pudieran hacernos muy iracundos. Si no pudieran, no serían pruebas. Pero la razón que lo hace es para pulir nuestra fe de la manera que el oro es pulido por el fuego.
Esto significa que la batalla contra la amargura en medio de la prueba no es la misma batalla contra la incredulidad. ¿Veremos a la bondad soberana de Dios y creer que él tiene buenas intenciones hacia nosotros en el fuego pulidor? ¿O nos entregaremos a la incredulidad y dejar que crezca la amargura? Cree que el propósito de Dios en todas tus pruebas es de cambiar la causa de tu ira para tu propio bien. info@revistalogos.com,

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